December 12, 2016 / Leave a Comment
Hay que acostumbrarse desde jóvenes a abordar cada cumpleaños con alegría. Aunque reconozco que a partir de una cierta edad cada cumpleaños puede traer consigo una pequeña o gran crisis de identidad.
Pasados los treinta y tantos, ya no eres una niña, pero tampoco eres anciana. A estas edades el cómo te ves no siempre coincide con cómo te ven los demás. Te puedes sentir espiritualmente joven y tener achaques y dolencias, o bien lucir un cuerpo sano y espectacular, pero mostrar una actitud cansada ante la vida.
El hecho es que el algún momento, que no tiene por qué coincidir con los treinta, cuarenta, cincuenta o sesenta años, sino que puede ocurrir antes o después, te puedes llegar a sentir un poco perdida.
Aunque te sientas más joven de lo que delata tu aspecto y por mucha cirugía estética que te hagas, eso no cambiará el hecho de que los años siguen pasando y que la vida se acorta. Claro que te puedes morir a cualquier edad, por cualquier causa: desde un accidente de coche hasta una enfermedad incurable. Pero según pasan los años, nos vamos haciendo más y más conscientes de nuestra propia mortalidad y asusta pensar que el inevitable final está, lógicamente, más cerca.
Supongo que si en la primera juventud basaste tu autoestima en tu aspecto, te costará más prescindir de las supuestas ventajas que tiene el ser joven y guapa en la sociedad de hoy.
Desde que vivo en Florida, dos veces ya me han preguntado si mi hija pequeña (que nació cuando yo tenía cuarenta años) es mi nieta. En ambas ocasiones me sentí vulnerable, ofendida e incrédula. Me miro al espejo cuando tengo un buen día y no consigo entender cómo podrían ver en mí a una abuela. Pero la realidad es que, si yo hubiera tenido hijos a los veinte años, y ellos a su vez hubieran sido padres a los veinte, por edad, mi hija de once años podría perfectamente ser mi nieta.
En general, a mis cincuenta y tres años, me siento joven y llena de vida. Pero también hay días en los que me siento cansada y mayor. Es más, incluso me miro al espejo y empiezo a notar que los cambios físicos cada vez se aceleran más.
Me parece absurdo quitarse años, pero también entiendo que en algunas situaciones es tentador. A veces los demás, sobre todo si son más jóvenes, te tratan de otra manera cuando saben que les llevas diez o quince años o incluso más. Nunca he mentido acerca de mi edad, y reconozco que me halaga cuando los demás exclaman sorprendidos que no represento mis años, aunque afortunadamente esto va convirtiéndose en lo normal entre las mujeres de mi generación.
Todo es cuestión de perspectiva. Cuando me preocupo por mi edad, recuerdo que a mi abuela, que tiene noventa y nueve ¡le encanta que le digan que parece que tiene noventa! Además, por teléfono, tiene voz de mujer más joven. Sin embargo, una noche, me confesó: «a veces, me miro al espejo, y no me reconozco. Con lo guapa que yo he sido …» De hecho, un día se sintió muy ofendida cuando alguien le preguntó que quién era la muchacha guapa de la foto de la pared: «Yo, cuando tenía treinta y cinco años», respondió malhumorada. Su enfado me enterneció, y pensé que un día yo estaré en su misma situación.
Cómo llevar mejor el paso de los años
He escuchado decir a menudo a mujeres de una cierta edad: «¿donde fueron a parar todos los años anteriores?», como si se hubieran acostado con veinte años, y a la mañana siguiente su despertaran con cincuenta, sesenta o más. Yo a veces tengo esa sensación. Y es que, como afirma Carl Jung en sus obras, la mediana edad es una época de despertar, en muchos sentidos. Nuestra visión de la vida es más amplia y más profunda. Es el momento de hacer balance y recordar todos nuestros logros, grandes y pequeños, de cualquier tipo. No sirve lamentarse de los errores pasados, sino congratularnos por lo que aprendimos de ellos.
Con el tiempo, casi todo lo que en un momento determinado nos pareció una desgracia, a la larga entendemos que nos hizo crecer interiormente.
¿Cuales han sido, hasta ahora, tus mayores logros? No han de ser cosas que pasen a los libros de historia, pero ten en cuenta que cada cosa que hagas en realidad sí contribuye no sólo a tu historia, sino a la historia de la humanidad.
Para las madres, concebir y dar a luz un hijo es un gran logro. También el haber sido capaz de abandonar una relación de pareja abusiva, o emigrar a otro país. Todo cuenta.
Haz una lista de los puntos de tu carácter que han mejorado con el paso del tiempo, y de los que crees que han empeorado. Congratúlate por lo positivo y proponte cambiar lo negativo. Cuando tengas un mal día, relee tus logros y tus puntos fuertes, y aumentarás tu nivel de energía y recuperarás el optimismo.